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La conflictividad es una característica inherente al ser humano, presente ya en gran parte de las sociedades preestatales, como el rostro en el agua es reflejo del rostro, ha sido una sombra viva a lo largo de la historia de la humanidad, la cual solo con el albor de las sociedades ha sido posible iluminar para tratar de erradicarle o al menos atenuar sus efectos. 

La consolidación de los modelos de asociación política y en particular las gestas alcanzadas en las revoluciones demoliberales del Siglo XIX, caracterizadas por el basto influjo de conocimiento y el aporte a la consolidación de los derechos y libertades individuales como presupuestos básicos de asociación y de fundamento a la existencia del Estado, surgen, precisamente, a partir de un conflicto. 

Ahora bien, pese a que las organizaciones políticas en general han hecho tránsito a una etapa en el que abundan los mecanismos para brindar las condiciones de respeto y garantía por los derechos humanos, impulsado además por el hecho de que se ha suscitado un notable interés de la comunidad internacional en establecer mecanismos e instancias supranacionales para lograr dicho propósito, hoy día, persisten escenarios de conflictividad.

A nivel general, los conflictos armados internos suelen responder a variables amplias y diversas haciendo casi imposible afirmar que en efecto tengan como base una causa única de origen, éstos pueden surgir a partir de divergencias internas de orden político, social, económico, social etc., que con el paso del tiempo suelen agudizarse al punto de mutar de premisas ideológicas en el uso de la fuerza como medio para procurar su reivindicación. 

(Aparte tomado del prólogo del texto)